Hodgson sobre la cosmología cristiana y su avance científico

En los primeros siglos cristianos, varios filósofos examinaron la cosmología de la creación en el contexto de la teología cristiana. En el siglo III d.C., Lactancio rechazó la creencia estoica de que la naturaleza es animada y que Dios está dentro del mundo, así como la creencia epicúrea de que el mundo es simplemente producto del azar, sin ningún diseño providencial. Subrayó que Dios, con un poder infinito, creó el mundo de la nada, por lo que está absolutamente separado de su creación. La naturaleza está diseñada por Dios en última instancia para el beneficio del hombre, y no tiene ningún poder propio que no provenga de Dios. Esto implica que la naturaleza es un mecanismo inanimado que funciona según leyes fijas. En el siglo IV d.C., Basilio de Cappodocia insistió, en contra de Platón, Aristóteles y otros filósofos griegos, en que la naturaleza no es animada, ni es un ser vivo dotado de sentidos. Cuando las plantas y los animales crecen, lo hacen siguiendo el mandato de Dios y de acuerdo con sus leyes.
        Las creencias cristianas sobre la creación destacan no sólo que el universo fue creado por Dios de la nada y a tiempo, sino que el universo depende totalmente de Dios y es totalmente distinto de Dios. El universo es sostenido en todo momento por Dios, y sin este poder sustentador se hundiría inmediatamente en la nada.
    En ese momento hubo debates apasionados sobre la naturaleza de Cristo, y las herejías abundaron. Para definir la verdadera naturaleza de Cristo fue la tarea de una serie de concilios de la Iglesia, y de estos el Concilio de Nicea (325) formuló el credo que se celebra ampliamente hoy en día:


Credo in unum Deum. Patrem omnipotentum, factorem coeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium. Et in unum Dominum Jesum Christum, Filium Dei unigenitum. Et ex Patre natum ante omnia saecula. Deum de Deo, lumen de luminae, Deum verum de Deum vero. Genitum, non factum, consubstantialem Patri; per quem omnia facta sunt…
 

Es fácil recitar estas frases sagradas sin darse cuenta de su impacto, y más aún de su importancia para la ciencia. El principio del credo de Nicea afirma la creación del universo por Dios: “Factorem coeli et terrae”. Una de las primeras herejías fue el panteísmo, que no distinguía entre Dios y su creación, sosteniendo que ésta es, de alguna manera, parte de Dios. En el mundo grecorromano se pensaba que el universo era una emanación de un principio divino que no se distinguía del universo. El panteísmo queda explícitamente excluido por el credo de Nicea cuando dice que Cristo es el Hijo unigénito de Dios. Cristo es engendrado, no hecho. Sólo Cristo fue engendrado y, por tanto, participó en la sustancia de Dios; el universo fue hecho, no engendrado ('Et in unum Dominum Jesum Christum, Filium Dei unigenitum . . . Genitum, non factum'). Dado que el panteísmo fue una de las creencias que impidieron el surgimiento de la ciencia en todas las culturas antiguas, el credo niceno preparó el camino para el único nacimiento viable de la ciencia en la historia de la humanidad.
       Muchas cosmologías antiguas sostenían que el mundo es un campo de batalla entre los espíritus del bien y del mal. Este dualismo es contrario a la ciencia porque hace que el mundo sea imprevisible. El dualismo queda excluido por el credo de Nicea cuando dice que toda la creación tiene lugar por medio de Cristo ('per quem omnia facta sunt').

    En su Epístola a los Colosenses, San Pablo dice que en Cristo todas las cosas tomaron su ser, y todas fueron creadas por medio de él y en él (Colosenses 1: 15). Destacó a Cristo como el logos divino y la consecuencia de que la creación debe ser totalmente lógica y ordenada. Se refirió a la creación a partir de la nada cuando alabó a Dios “que devuelve la vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no había sido” (Romanos 4: 17) y prometió que por medio de Cristo comprenderían “la anchura, la altura y la profundidad” (Efesios 3: 18).
   La doctrina cristiana de la creación incluye la creencia de que Dios eligió libremente crear el universo. No se vio obligado en modo alguno a crearlo o a no crearlo de la forma en que lo hizo. Por lo tanto, no es un universo necesario en el sentido de que tuviera que ser creado o no pudiera haber sido creado de otra manera. Por lo tanto, no hay posibilidad de conocer el universo por el puro pensamiento o por un razonamiento a priori. Sólo podemos esperar entenderlo estudiándolo y haciendo experimentos. Así, la doctrina cristiana de la creación fomentó el método experimental, esencial para el desarrollo de la ciencia. 
    La teología de San Agustín de Hipona fomentaba el estudio sistemático del mundo natural, ya que creía que su naturaleza sacramental es símbolo de las verdades espirituales. Era un observador compulsivo de los fenómenos naturales, siempre al acecho de cualquier cosa que permitiera vislumbrar, aunque fuera fugazmente, la razón de todas las cosas. Las leyes de la naturaleza son objetivas e inexorables, inalterables por nosotros pero no por Dios. Animaba a estudiar la naturaleza y a buscar sus leyes, a leer el libro de la naturaleza: “Mira arriba y abajo, observa, lee. Dios, a quien quieres descubrir, no hizo las letras con tinta; puso delante de tus ojos las cosas que hizo'. Siguiendo a Platón, reconoció la importancia de las matemáticas, diciendo que las leyes de la naturaleza son las leyes de los números. Hay un patrón racional en la naturaleza que se desprende de las leyes inmutables que rigen su desarrollo a través del tiempo. Se interesó por la naturaleza sobre todo porque revela a Dios al observador atento. Sus reflexiones filosóficas sobre la naturaleza del tiempo siguen siendo citadas como una de las más profundas jamás escritas. 

 

 

Fragmento extraído de:
Hodgson, E.. 2005. Theology and Modern Physics. Oxford: Ashgate. pp. 24-26


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