Mi posición sobre las "transfusiones de sangre"
Desde que nací, crecí en una familia de
Testigos de Jehová (TJ), misma donde fui inculcado en un estilo de vida especial
y, por supuesto, con un conjunto de creencias que también son únicas de los TJ.
Entre estas enseñanzas destaca la más peculiar, y a la vez, polémica, el cual
es la doctrina de la sangre. Como es de esperar, desde niño acepté esta
enseñanza sin cuestionar, pero con el pasar de los años, la madurez
psicológica, intelectual y espiritual me condicionaron a adoptar un punto de
vista diferente sobre esta doctrina tan particular.
Durante la etapa final de mi adolescencia esta doctrina fue defendida por mí dentro de varios círculos cristianos. A pesar de haber detalles que difería con la doctrina oficial, defendía lo esencial, es decir, que el acto de recibir una transfusión de sangre estaba mal, no por una cuestión física como tal, sino por una cuestión espiritual. El argumento bíblico que empleaba era, básicamente, el mismo que sostiene Dr. Rolf Furuli en sus escritos[1]. Es un argumento deductivo con apelación a la autoridad (Sagradas Escrituras) y estructurada en 6 premisas sería:
- La sangre representa la vida y es santa según la Biblia (Génesis 9:3-6, Levítico 17:11,13).
- La Biblia ordena abstenerse de la sangre (Hechos 15:28-29).
- El único uso permitido de la sangre en la Biblia era como sacrificio en el altar, lo cual ya no es aplicable después del sacrificio de Jesús.
- No hay excepciones mencionadas en la Biblia para el uso de la sangre.
- El término “abstenerse” (apekhō en griego) implica mantenerse completamente alejado de algo.
- Seguir las leyes de Dios es más importante que preservar la vida física (Mateo 16:24-26).
- Por lo tanto, los cristianos deben rechazar la sangre y cualquier uso médico de la misma (e.g., transfusiones), ya que violan el mandato bíblico de abstenerse de la sangre, que es sagrada y no tiene excepciones. Obedecer las leyes de Dios es más importante que preservar la vida física.
El argumento es lógicamente válido, ya
que las premisas llevan a una conclusión coherente, pero su validez depende del
contexto teológico y de la aceptación de las interpretaciones de cada pasaje
que sustentan cada premisa. Es aquí cuando todo se vuelve complejo. Yo aceptaba
todas sus premisas y, por necesidad lógica, debía aceptar su conclusión. Pero
mi madurez intelectual y espiritual me hicieron notar problemas serios en este
argumento y doctrina. Los principales problemas son interpretativos, es decir, que
los pasajes bíblicos usados por la Organización para defender esta enseñanza están
malinterpretados, e incluso no logran explicar otros pasajes bíblicos que
parecen sugerir un entendimiento diferente de cómo la sangre es “santa”. Voy a
proceder a explicar de la forma más breve posible mi postura actual sobre la
sangre[2] (vea la nota).
¿Cuándo la sangre es “santa”?
El vínculo entre la santidad de la
sangre y la de la vida se destaca por Jehová mismo en Génesis 4:10. Cuando Abel
muere, es su sangre la que clama desde la tierra a Jehová. Pablo, en Hebreos
12:24, comparará favorablemente la sangre derramada por Jesús con la de Abel.
Por lo tanto, para Jehová existe un vínculo muy fuerte entre vida y sangre, y
la santidad de la primera se equipara a la del segundo. La sangre parece
adquirir un valor sagrado solo en relación con la pérdida de una vida. El valor
santo de una vida perdida y la transferencia de tal santidad a su sangre se
refuerzan por Jehová en Génesis 9:4. En ese episodio, Jehová permite al hombre,
a Noé y a sus hijos, alimentarse de animales. Sin embargo, pone un límite:
prohíbe comer la carne con su sangre. De nuevo, la sangre adquiere su
santidad en correspondencia con la pérdida de la vida. Jehová hace una
concesión muy importante al hombre: le permite alimentarse de otras criaturas
animales, criaturas que son muy queridas para Jehová (Mateo 6:26; Mateo 10:29).
Para que el hombre comprenda la importancia de esa concesión, Jehová santifica
la vida de los animales a través de la santidad de la sangre y prohíbe su
consumo.
Esto deja en claro que la cuestión es
simbólica y no molecular, es decir, no es el tejido sanguíneo en sí lo que es
sagrado sino la vida muerta que esa sangre simboliza. Dado que la sangre
es sagrada en virtud de la vida que representa, se convierte así en adecuada
para hacer expiación por los pecados (mediante el alma que está en ella). Como
en el caso de Jesús, el valor sagrado de su sangre proviene únicamente de su
sacrificio y muerte. Jesús no solo derramó algunas gotas de su sangre, Él
murió. Es en el completo sacrificio de su vida humana perfecta que su sangre
adquiere un valor sagrado para todos nosotros.
A lo largo de la Biblia, sin embargo, nunca
se menciona la santidad de la sangre derramada cuando la vida no se pierde
y tampoco existe un sentido de sacralidad para alguna sangre que salió de un
cuerpo (e.g., heridas que no causaron la muerte). La sangre simboliza la vida
solamente cuando pertenece a una vida que fue asesinada para alimentarse, de lo
contrario es un simple tejido orgánico que no representa nada, similar a
cualquier otro tejido (u órgano) del cuerpo[3]. Un corazón trasplantado
representaría mucho más la vida (más que la misma sangre), porque el órgano
proviene de alguien que ha fallecido y se utiliza para salvar la vida de
alguien que de otro modo moriría. Después de todo, no es la sangre per se
la que es sagrada sino que sólo lo es cuando representa una vida que se ha
extinguido; que ha muerto[4].
En el caso de las transfusiones, el
donante no muere y, por lo tanto, ninguna vida regresa al Creador. Si no se
pierde ninguna vida, parecería que la sangre no adquiere la santidad que Jehová
le confiere. Entonces, ¿por qué las transfusiones se consideran pecado cuando
el donante no muere?
Principio de legítima defensa (Éxodo 22:2-3)
Los “Diez Mandamientos” fueron escritos
por el mismísimo “dedo de Dios” (Éxodo 31:18) y fueron entregados a Moisés. En
el sexto mandamiento Jehová nos dice: “No matarás” (Éxodo 20:13). Sin duda
alguna, la santidad de la vida se afirma aquí con toda su fuerza. No obstante,
también debemos tomar en cuenta que las Escrituras admiten la legítima defensa.
En Éxodo 22:2-3 notamos que, en caso de agresión, la víctima tiene el derecho
de defenderse hasta el punto de matar, si es necesario, cuando su vida esté en
peligro[5].
Esto indica que, en situaciones
particulares, el respeto por este mandamiento bíblico no debe llevarse a
consecuencias extremas sin tener en cuenta las circunstancias. Es precisamente
en circunstancias extremas, como la legítima defensa, donde se revela la
complejidad de este principio. No hay duda que la vida es sagrada, pero la
mía también lo es. Por la santidad de la vida, la Ley prohibía el asesinato
con el sexto de los 10 mandamientos, pero no consideraba culpable de sangre a
un hombre que, de noche, matara a golpes a un ladrón que entraba a fuerza en su
casa (Éxodo 22:2). Una situación tan extrema y de emergencia libera de la culpa
de sangre incluso a alguien que, de otra manera, podría ser considerado un
asesino.
Entonces surge la pregunta: ¿Es posible
que se considere una violación de la santidad de la vida aceptar, por miedo a
morir, algunas bolsas de sangre de donantes que aún están vivos, mientras que
no se considera una violación de la santidad de la vida matar a un ladrón por
la noche por miedo a perder la vida propia?[6] ¿Tiene sentido algo como
esto? Es simplemente absurdo.
En 2 Samuel 23:15-17, vemos cómo David
muestra un gran respeto por la santidad de la vida al rechazar beber agua que
sus hombres habían arriesgado sus vidas para conseguir. David sabía que el
costo de esa agua podría haber sido muy alto: la vida de sus hombres. Pero si
David realmente hubiera estado en peligro de muerte por deshidratación, ¿no
habría bebido el agua sin dudarlo? ¿Qué principio está en juego en la decisión
de David? ¿Es el principio de Levítico 17:10, que habla sobre la sacralidad de
la sangre, o los principios en Éxodo 21:28-29 y Deuteronomio 22:8, que tratan
sobre la culpa de sangre? ¿O tal vez David estaba tratando de enseñar a sus
hombres a no hacer cosas imprudentes?
“Que se abstengan . . . de sangre” (Hechos 15:20, 29)
En la reunión apostólica en Jerusalén,
la cuestión no concernía a los cristianos judíos y su relación con la Ley de
Moisés, sino a los cristianos gentiles y su relación con la Ley.
¿También tendrían que ser circuncidados y cumplir con la Ley de Moisés? Ese fue
el asunto sobre el que los apóstoles y ancianos en Jerusalén se reunieron para discutir
y buscar una resolución (Hechos 15:1-5). Leemos en Hechos 15:20 y 29 que la
resolución del concilio recomienda a los cristianos, entre otras cosas
necesarias, que se “abstengan” de la sangre. Los cristianos de origen judío o
prosélitos entendían claramente que este mandamiento se refería a lo
especificado en la Ley Mosaica, que descendía de la prohibición dada por Jehová
en tiempos de Noé de no comer la sangre de los animales cuando se les concedía
matarlos para alimentarse.
Cuando leo el caso del concilio de
Jerusalén, me nacen las preguntas: ¿por qué se exhortó a los cristianos
gentiles en esta epístola a abstenerse solo de estas cuatro cosas (la
carne sacrificada a ídolos, la sangre, la carne de animales estrangulados y la
fornicación)? ¿No era una selección extraña entre todos los cientos de
preceptos de la Ley de Moisés? Si la intención era proporcionar un resumen de
la moral cristiana, una presentación de los requisitos mínimos a los que todo
cristiano debe conformarse, ¿por qué entonces tres de las cuatro prohibiciones
se refieren a extrañas regulaciones dietéticas? ¿No habría sido más justificado
referirse a los Diez Mandamientos? ¿Por qué faltan cosas esenciales como el
asesinato, el robo, la mentira y la calumnia en las prohibiciones? Como el
contexto lo demuestra, había una razón muy especial por la que se eligieron
estas cuatro regulaciones específicas.
Normalmente, los judíos no se asociaban
ni comían con gentiles. (Cf. Gál. 2:11-14) Las condiciones para tal asociación
se establecen en Levítico 17 y 18. Curiosamente, los cuatro requisitos
enumerados en estos capítulos son idénticos a los mencionados en el decreto
apostólico. Como señala Dr. Roger Omanson en un comentario sobre Hechos
15:20, 21:
Los cuatro
requisitos en el versículo 20 provienen de Lev. 17 y 18. De hecho, estos cuatro
requisitos están en el texto oficial del decreto en Hechos 15:29 y 21:25 en
el mismo orden en que se encuentran en Lev. 17 y 18[7].
Dado que “Moisés” se leía todos los
sábados en las sinagogas (Hechos 15:21), los términos de la interacción entre
judíos y gentiles eran bien conocidos, no solo por los judíos y
judeocristianos, sino también entre los gentiles. Esta situación es
evidentemente la que Santiago quería recordar en su justificación. Como escribe
Omanson:
[U]na
observación importante respecto a estas cuatro prohibiciones en Hechos 15:20:
difieren de todos los demás requisitos de ‘Moisés’ en que ‘ellas (y solo ellas)
no solo se imponen a Israel, sino también a los extranjeros que habitan entre
los judíos’ (Acts of the Apostles, p. 469). Como ha señalado Charles
Talbert, los gentiles aquí en Hechos son considerados de la misma manera que
los ‘extranjeros’ en el Antiguo Testamento (Acts, p. 63). En Levítico,
estas prohibiciones son asuntos cultuales o rituales, no requisitos morales o
éticos, que se imponían tanto a israelitas como . . . a gentiles, de modo que
israelitas y gentiles pudieran asociarse libremente sin que los israelitas se
convirtieran en ritualmente impuros.[8]
La intención del decreto apostólico en
Hechos 15:29 fue, por lo tanto, dar a los cristianos gentiles la misma posición
en relación con los judeocristianos que ocupaban los residentes extranjeros en
Israel. ¿Por qué? Aparentemente, por consideración tanto hacia los judíos como
hacia los judeocristianos. Por un lado, se eliminaron todos los obstáculos para
que los cristianos judíos pudieran socializar y comer libremente con sus
hermanos y hermanas cristianos gentiles, y por otro lado, también se evitó causar
ofensa a los judíos, para que pudieran ser más fácilmente ganados para el
evangelio. El contexto simplemente señala todo lo anterior dicho, nada más que
eso, y no podemos “ir más allá de lo que está escrito” (1 Corintios 4:6) fabricando
doctrinas desde la especulación del texto.
Por otro lado, en las Escrituras no hay
base para pensar que la palabra “abstenerse” signifique algo diferente (o más
riguroso) que el antiguo mandamiento dado a Noé primero y a Moisés después. En Hechos
15:21 se dice que se leía a Moisés “todos los sábados”, esto confirma
explícitamente el vínculo del mandamiento con lo que Jehová pidió a los judíos,
junto con el cumplimiento de otras leyes de las Escrituras hebreas. Por lo
tanto, en Hechos no parece que la abstención de sangre tenga un valor absoluto
que se extienda más allá de lo establecido por la Ley, sino que los Apóstoles,
bajo inspiración, se preocupan de extender también a los gentiles la validez
del antiguo mandamiento de respetar la santidad de la sangre de los animales
sacrificados en sus prácticas alimenticias.
Si el propósito de Hechos 15:20 es que
la abstención de la sangre debe tomarse como un valor absoluto, entonces debemos
abstenernos de cualquier uso de la sangre. Esto implica rechazar
análisis clínicos, trasplantes de órganos e incluso abstenerse completamente
del consumo de carne, ya que una buena parte de sangre queda atrapada en la
carne que llega a nuestros platos.
Mudándome de paradigma
Desde el paradigma mostrado en este artículo, la transfusión de sangre, bíblicamente, no es pecado. Todo recae sobre el principio de legítima defensa. Como norma ética, debo buscar salvar mi vida, y en un caso extremo, una tranfusión podría hacerlo.
En una tranfusión, la sangre sigue usándose como sangre, mismísimo propósito por la cual Jehová hizo la sangre. Es como en un trasplante de órganos: el riñón de una persona se le implanta en el cuerpo de otra para seguir funcionando como riñón y así prolongar la salud del paciente. En una transfusión, la sangre de una persona se le transfunde en otra para seguir funcionando como sangre (y no como "comida") para prolongar la salud o la vida de quien lo necesite. Una tranfusión de sangre conserva intacto el propósito de la misma sangre: para circular por todo el organismo transportando oxígeno, nutrientes, etc. Es un hecho que una transfusión puede salvar vidas.
Consideremos también lo siguiente: ¿qué es más importante, su cónyuge o el anillo de bodas que simboliza su matrimonio? La posición oficial de la Organización sugiere que, si uno se ve obligado a elegir, debe optar por el símbolo, es decir, el anillo, incluso a costa de perder al cónyuge, quien podría ser considerado un mártir. Esto es un absurdo enorme. Mi intención con esta analogía es resaltar la incongruencia de priorizar un símbolo sobre la vida misma, lo que llama urgentemente a una reinterpretación de todo el concepto de la sangre como “santa” en la Biblia.
La sangre, en su esencia, adquiere un valor sagrado solo en el contexto de la pérdida de una vida, y no cuando se utiliza para salvarla. La interpretación de la abstención de sangre en el Concilio de Jerusalén parece estar más relacionada con regulaciones dietéticas que con un principio moral absoluto. Mudarme a un paradigma que priorice la vida y la salud sobre los símbolos que la representan, me parece lo más razonable. Esta es una razón más de por qué, en el fondo de mi ser, creo que la Organización necesita una reforma. La cuestión de la sangre debe convertirse en un asunto de conciencia.
[1] Furuli, Rolf. (2022). My Beloved Religion. Noruega: Awatu Publishers, p. 35-48.
[2] En una próxima entrada haré un
análisis detallado sobre el argumento de Furuli, sus escritos, y los argumentos
presentados en las publicaciones TJ. Este artículo es solo una explicación de
mi postura actual exponiendo el fundamento que cambia por completo el
entendimiento de la sangre como “santa”.
[3] Según Eyer y Klimmek, “la
sangre . . . es uno de los órganos más grandes y el principal medio de
transporte para el intercambio de sustancias entre los órganos. La sangre
desempeña un papel importante en los procesos de defensa y reparación del
cuerpo” (Eyer, P., & Klimmek, R. (1999). Blood
and Blood-Forming Organs. En H. Marquardt, S. G.
Schäfer, R. McClellan, & F. Welsch (Eds.), Toxicology (pp. 349-369). Academic Press. https://doi.org/10.1016/B978-012473270-4/50075-4).
También sabemos que “la sangre es tanto un tejido como un fluido. Es un tejido
porque es una colección de células especializadas similares que cumplen
funciones particulares” (Schwartz, R. S. and Conley, . C.
Lockard (2024, September 7). Blood. Encyclopedia Britannica. https://www.britannica.com/science/blood-biochemistry).
La sangre puede
considerarse un tejido como cualquier otro en el cuerpo debido a su composición
celular y funciones específicas. Está formada por células especializadas como
glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas, cada una con roles vitales como
el transporte de oxígeno y la defensa contra infecciones. Además, la sangre
interactúa con otros sistemas del cuerpo, como el inmunológico y el
circulatorio, para mantener la homeostasis y regular funciones esenciales,
similar a otros tejidos.
[4] Levítico 17:10-16 confirma con
más detalles y explicaciones el mandamiento dado a Noé. No se nos dice nada
sobre la sacralidad de la sangre como un valor intrínseco, en caso de no haber
pérdida de vida alguna, como por ejemplo en el caso de heridas. El mandamiento
siempre hace referencia únicamente a la sangre derramada para poner fin a una
vida.
[5] Jordan, J. B. (1984). The Law of the Covenant: An Exposition of
Exodus 21-23. Institute
for Christian Economics: Tyler, Texas, p. 136.
[6] En 1 Samuel 14:31-35
encontramos la única violación de este mandamiento en toda la Biblia. Sin
embargo, nadie es “sancionado” ni Jehová “se enoja”; todo se resuelve con un
reproche. Evidentemente, el hecho de estar hambrientos fue considerado un
atenuante, por lo que no se consideró una falta deliberada de respeto, a pesar
de que no estaban en riesgo de morir de hambre. En realidad, el cumplimiento
del mandamiento bíblico sobre la sangre nunca habría puesto en riesgo la vida,
sino que, en el peor de los casos, habría impuesto un cambio en los hábitos
alimenticios.
[7] Roger Omanson, “How does it all fit together? Thoughts on Translating Acts 1.15-22 and 15.19-21,” The Bible Translator, vol. 41, nr. 4 1990, p. 419.
[8] Omanson, op. cit., página
420. También Evald Lövestam: “El significado incomparablemente más cercano de
la cláusula ‘porque’ es que, dado que la Torá se lee constantemente y en todas
partes, todos los judíos y judeocristianos han recibido su contenido en su
sangre. Esto justifica que los cristianos gentiles consideren e impongan
restricciones de acuerdo con las regulaciones de Levítico para los extranjeros
en Israel. Los requisitos del decreto, por tanto, no tienen el carácter de
principios cristianos universalmente válidos. En cambio, se trata de una consideración
concreta del amor hacia los hermanos y hermanas de ascendencia judía. En
términos de contenido, las estipulaciones se aplican predominantemente a la
pureza cultual respecto a la comida. Esto justifica la conclusión de que un
propósito principal del decreto es permitir concretamente la comunión durante
las comidas entre cristianos judíos y cristianos gentiles en congregaciones
mixtas” (Evald Lövestam, Acts of the Apostles. Stockholm: Verbums
Förlags AB, 1988, p. 254, 255).
Comentarios
Publicar un comentario