González sobre la cognoscibilidad de lo que Dios es

 


«Aunque no es posible un conocimiento comprehensivo de lo que es Dios, sin embargo el hombre puede tener un conocimiento verdadero sobre Dios. «De Dios podemos conocer sólo aquello que las criaturas sensibles nos manifiesten: éstas no pueden, en absoluto, manifestar la esencia divina (el quid sit), porque distan de ella infinitamente, sino sólo la existencia de Dios (el quia est) y los atributos abstractos (la unidad, la simplicidad, la bondad...), que están estrechamente en conexión con aquella. Sin embargo, este conocimiento no se resuelve en un jeroglífico, en un mero símbolo, sino que está dotado de significado propio. Fue error del deísmo reducir la divinidad a mero arquitecto del universo, pura razón abstracta e impersonal, inaccesible a todo significado de genuino contenido humano.

    La concepción tomista y católica, aun reconociendo que nuestro conocimiento de Dios es más bien de naturaleza negativa (quid Deus non sit) que positiva (quid sit), afirma que se trata de un conocimiento en el sentido más explícito y de significado genuinamente humano9.

    La incomprehensibilidad de Dios para el hombre no supone que Dios sea incognoscible, sino que, por el contrario, es incomprehensible, como ha sido señalado, por ser infinitamente inteligible o cognoscible. La inteligencia humana puede conocer la existencia de Dios como Causa, a partir de las criaturas. En esta vida podemos conocer a Dios por la razón natural. En el mismo lugar en el que Sto. Tomás señala que nuestro conocimiento natural tiene su principio en los sentidos y por ello sólo puede alcanzar hasta donde puedan conducirle las cosas sensibles, añade: «Sin embargo, como son efectos suyos y de Él dependen como de su causa, pueden llevarnos a conocer la existencia de Dios y lo que necesariamente ha de tener en su calidad de causa primera de todas las cosas».

    Son también, por tanto, las cosas creadas la fuente de nuestro conocimiento de lo que Dios es. Ahora bien, «una cosa se conoce de dos maneras –señala Sto. Tomás–; una por su propia forma, de modo que el ojo ve la piedra por la especie de la piedra; la otra por la forma de otra cosa semejante a ella, del modo como la causa se conoce por la semejanza del efecto, como el hombre por la forma de su imagen». No es posible conocer a Dios por su forma propia, en ninguna de las modalidades que ésta puede concebirse (la intuición de la misma esencia de Dios, o la intelección de la forma abstraida de la misma esencia de Dios, o la idea impresa en el entendimiento humano), tal como consideraron Descartes, Malebranche y todos los ontologistas, y Spinoza; el conocimiento de Dios debe ser por la forma de las criaturas en cuanto son efectos de la causa primera que es Dios; las perfecciones encontradas en los efectos nos manifestarán las perfecciones existentes en la causa que los ha efectuado.

    La existencia de Dios, y lo que a Dios compete como Causa Primera, no es lo único cognoscible por la inteligencia humana. Esta puede conocer también de Dios habitudinem ipsius ad creaturas, et differentiam creaturarum ab ipso, es decir, su relación a las criaturas, que es causa de todas ellas, la diferencia entre las criaturas y Él, que no es ninguna de las criaturas que ha creado, y que esta diferencia no procede de imperfección (que le falta algo de lo que tienen las criaturas) sino de su infinita excelencia, etc.

    Es conveniente resaltar, pues, que aunque en realidad de Dios más conocemos lo que no es que lo que es, sin embargo la cognoscibilidad de la esencia divina por parte del entendimiento humano es algo positivo. Si no conociéramos algo positivo de Dios, no podríamos tener ningún conocimiento de Él, pues un conocimiento exclusivamente negativo es imposible; todo conocimiento negativo se basa siempre en una previa afirmación. Y esto no sólo hace referencia a Dios como causa de las cosas, sino también a que algunos atributos que predicamos de Él, como sabiduría, justicia, vida, etc., dicen en verdad algo positivo de Dios, y no simplemente que es causa de la sabiduría, justicia, vida, etc., de las criaturas.

    Dios no es por tanto incognoscible, el Incognoscible, como le ha considerado algún autor. Y lo mismo que ha habido un agnosticismo respecto a la existencia de Dios, también en la historia de la filosofía el agnosticismo respecto de la esencia divina ha tenido sus representantes. Además de los agnósticos en general, son defensores del agnosticismo referido a la esencia de Dios todos aquellos que consideran que Dios excede tan completamente nuestro entendimiento que nada puede decirse verdaderamente de Él. En este sentido, quizá los filósofos más representativos sean Plotino, Maimónides y, con matices, Nicolás de Cusa».




González, A. L. (2015). Teología Natural. EUNSA. pp.139-141



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