La Grecia Antigua y el término "idiota"


En la República de Platón puede leerse lo siguiente:

Y cuando el hijo sale a la calle oye otras cosas por el estilo, y ve que los que en el Estado se ocupan de sus propios asuntos son llamados «tontos» y tenidos en poca estima, mientras que los que se ocupan de los asuntos de los otros son reverenciados y elogiados[1].

La palabra griega que usa Platón para decir «tontos» es, en realidad, anoetos (ανόητος), que a menudo se traduce también como «necios». Quienes solo saben ocuparse de lo suyo son «tontos» o «necios» porque no participan en la polis, porque no se enteran de lo que pasa. Anoetos significa, precisamente, no comprender, no percibir: a es un sufijo privativo, noeo es percibir o comprender. El que no percibe o no comprende lo que pasa en el mundo que va más allá de su ombligo es un «tonto».

    Existe una relación evidente entre esta palabra griega y el término idiotes (ιδιωτης). La raíz idio significa lo que es «propio», mientras que el sufijo -tes indica al agente. Por eso, idiotoi son aquellos que viven su vida privada sin mayor contacto con la realidad externa al estrecho espacio que habitan. Al carecer de los recursos intelectuales que le permitirían participar en el ágora y discutir de política con sus semejantes, el idiota griego queda condenado a mirarse el ombligo. De esta forma, los idiotes y los anoetos son prácticamente los mismos.

    La filósofa Hanna Arendt ha hecho patente esta relación. Ella encuentra que, para los griegos, «la vida pasada en retraimiento con “uno mismo” (idion), al margen del mundo, es “necia” por definición». Si bien no traduce la palabra «necio» de su idioma original, vale recordar que la palabra griega correspondiente no es otra que anoetos. Así, la necedad y el idiotismo llevan consigo enormes costos. En primer lugar, la participación política era fuente de libertad para el griego. Dado que en la polis se gestionan los asuntos comunes, no participar en ella equivale a quedar al margen de las decisiones que condicionarán la propia vida en una medida más que importante. Pero el idiota, ensimismado como está, es incapaz de advertir semejante cosa. No se le ocurre que el desarrollo de sus facultades y la participación política preservan su libertad. Y en segundo lugar, la «libertad es la condición esencial de lo que los griegos llamaban felicidad, eudaimonia», recuerda Arendt. De esta manera, la libertad y la felicidad quedan fuera del ámbito de vida de los idiotes y los anoetos.

 




Fragmento de:

Laje, Agustin. Generación Idiota (Spanish Edition) (pp. 51-52). HarperCollins Mexico. Edición de Kindle.

 



[1] Platón, República, 550a.

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